Recuerdas cuando eras niño y pasabas tiempo mirándote al espejo, descubriéndote y observando tu totalidad.
¿Hace cuánto tiempo que no lo haces?
¿Hace cuánto tiempo que no te quedas viéndote a los ojos y nuevamente descubriéndote quién eres?
El ritmo de vida actual ha hecho que poco a poco nos habituemos a una estadía con el espejo de manera vanal, para peinarte, lavarte los dientes, ponerte crema, arreglarte, etc.
Sin embargo, debería de ser el ritual de mayor importancia de nuestro día a día, ese momento íntimo con nosotros mismos, en el cual nos observamos, platicamos con nosotros y sobre todo, ese lugar donde se permiten los cuestionamientos del verdadero ser, sin prejuicios; donde te preguntas a ti mismo ¿quién eres? y en el mismo lugar donde obtienes las respuestas más profundas para todo lo que te pueda estar sucediendo en este momento.
Es ahí donde se revela tu verdadero “a dónde”, en esos segundos donde no puedes engañarte a ti mismo y donde la mente pierde su poder, porque te encuentras frente al verdadero tú. A ese tú, que sabe perfectamente lo que quiere, que sabe de esencia a dónde quiere ir y las metas que quiere lograr, allí donde tu mirada te exige que actúes conforme a lo que quieres y justo donde tus sentimientos afloran para entender en dónde te encuentras.
Donde las revelaciones ocurren y observas tu verdadero camino, donde todo deja de existir y solo estás tú, contigo y sin las concepciones de sobre lo que deberías de ser o hacer. Donde el miedo pierde poder y sale el verdadero héroe que puede conquistar el mundo.
Justo donde todo comenzó, según el psicoanalista Jacques Lacan, entre los 6 y los 18 meses de vida, cuando fuiste mentalmente capacitado para percibirte como algo completo.
¿Qué esperas para regresar a ti?